Gracias a que Sabines no tuvo "el pudor del silencio" nuestras vidas se enriquecieron con esas dos grandes elegías: al mayor Sabines y a doña Luz. Ambos dejan de ser personas concretas y se convierten en el padre y la madre de todos los lectores, en su protesta inútil contra la orfandad, la enfermedad, la inconsolable humillación de la muerte.