En el siglo que vivimos la suma de tres dominaciones —la neoliberal, la etnocéntrica y la patriarcal— está multiplicando la vulnerabilidad de las mujeres incluso en con-textos democráticos. De ahí la necesidad de enfocar el debate que plantea el reconocimiento de la diversidad cultural y religiosa desde una perspectiva de género, teniendo en cuenta que las mujeres continúan situadas en las fronteras que marcan unos derechos humanos interpretados en clave patriarcal. Todo ello desde el convencimiento de que el feminismo nos ofrece las mejores herramientas para construir una interculturalidad emancipadora en la que como presupuesto básico se garantice la autonomía relacional de todas y de todos. Solo de esa manera será posible avanzar hacia un universalismo de la dignidad que reconozca, en un marco ético común, las identidades diferenciadas.