Así como Arthur Rimbaud renuncia a la poesía y escribe en prosa a su madre y a su hermana las Cartas de Adén y Harar, Johanna Lozoya ingresa a la narrativa y renuncia –temporalmente– al ensayo y a la arquitectura con sus propias Cartas de Adén. Febrero de 1925. Bajo una tormenta inusual, Luisa Schell, dueña del fundo San Antonio en el sur de Chile, ha desaparecido del barco Fulda. Se carece de una explicación sobre su paradero, notifica un extraño telegrama enviado desde el puerto de Cráter a Félix Schell, su hermano. Una mañana de enero, tras dos años sin noticia alguna, Félix recibe una pequeña caja de madera: se trata de cinco enigmáticas cartas, escritas por Luisa a bordo del Fulda, cuyo significado no logra comprender. ¿Por qué nunca dudamos al decir nuestro nombre?, lee Félix, entre varias referencias a la cotidianeidad del fundo y sus habitantes. Sobre el paradero de Luisa no hay ningún dato y no se vuelve a saber de ella. Varias décadas después de la muerte de Félix, el viejo profesor Enrique Kätz, su sobrino, intenta encontrar en estas cartas algún indicio sobre la desaparición de Luisa y sobre la muerte de su propio padre. La investigación se torna bastante complicada. Kätz descubrirá que Sofía, la experta a quien contrató para esta pesquisa, está inmersa en el torrente de una crisis sobre su propia identidad, que le transporta de Nueva York a Madrid y al húmedo mundo de los campos valdivianos.