Sólo desconociendo el espíritu creativo de nuestros creyentes, generador de futuro, podría alguien pensar que se ha solicitado y obtenido el título de Basílica para la Iglesia de Santa María con un espíritu volcado sobre un pasado entrañable o como piadosa promoción de un símbolo a la vez ciudadano y sagrado de una intensa historia comunitaria. Ciertamente también estos sentimientos e intenciones están implicados. Pero la demanda de que Santa María fuera proclamada Basílica estaba motivada sin duda por una provocación de futuro, a la vez ciudadano y cristiano. Y la concesión de aquella demanda por parte de la Santa Sede —concesión inusitada en nuestros días— acoge y alienta esta provocación, hace de ella reto y tarea eclesiales: un encargo tan lleno de honor como de empeño y dificultad.