Pese a que algunos escritores exalten únicamente el valor literario del libro, éste también desempeña la función de decorar. En efecto, un espacio sin apenas decoración cambia por completo al cubrirlo de estanterías abarrotadas de libros o al colocar un sencillo escritorio con ejemplares apilados y silla. Aunque si nos tenemos que fiar de los despachos de algunos autores que han permitido publicar fotos de su lugar de trabajo, lo más frecuente es que no sea así. Con sólo echar un vistazo al despacho de algún escritor de presunta buena reputación, no es extraño observar que las cortinas están mal colgadas, que no se han lavado desde hace tiempo y que hay libros amontonados por doquier. Tal vez también encontremos alguno que ha tapado la única ventana que tiene, única entrada de luz natural, con pilas de obras antiguas mal colocadas, que hacen que su despacho casi parezca el sótano de una cárcel.