Quien lea este libro debe estar preparado para adentrarse a un terreno caótico y complejo. Debe estar dispuesto a internarse en la parte más recóndita del cerebro del ser humano, en los témpanos más gélidos del alma de un ente, en el sector más inquieto y sórdido del corazón de un artista. Hablamos de aquel desconocido lugar de donde nace la necesidad de la creación; ese síntoma impetuoso que obliga a ciertas personas a pintar un cuadro, a componer una sinfonía o a escribir una obra de teatro que es el objeto de estudio de esta investigación. Me gustaría destacar la audacia e insolencia que han tenido las personas que se han embarcado en esta complicada excursión de tratar de decodificar lo enigmático, introducirse en el ojo del huracán y analizarlo por dentro, (¡bravo!) y más aún si esta pesquisa tiene una agravante. El referente principal de este análisis es el gran Juan Radrigán, una vorágine de la creación dramática nacional.