“Al llegar a México voy a escribir una novela que se llamará El Aviso”, le dijo Luis Acuño a su también anciana esposa Pili, mientras transcurría en la novela la última etapa del viaje de ida y vuelta: Palmas Coahuila-México D.F.-París-Bilbao, España, que estuvo a punto de ser cancelado por un doloroso cólico renal que la obligó a internarse en un hospital, con tan mala suerte que esa mañana fue despertada por los secos sonidos de dos disparos provenientes del cuarto vecino donde pronto se supo había sido ejecutado un hombre: primer aviso y augurio de mala suerte, considerado por Luis al ver al día siguiente quedarse tras la puerta de la reja a su hermano enfermo de cáncer diciéndole adiós cuando se alejaban en la camioneta rumbo al aeropuerto, pensando entonces como frustrado escritor que la vida es un melodrama dentro o fuera de la novela, porque la inevitable muerte es la tragedia; realidad que empezaría a confirmar con el paso de los Avisos o capítulos o acontecimientos casualmente sufridos en el viaje donde, reflexionando sobre el sentido de su existencia recordará anécdotas de su infancia, juventud y vejez, algunas vividas en otras de sus novelas, hasta que el matrimonio regresa a su natal Palmas, Coahuila, creyéndose Luis cada vez más un producto de las circunstancias impregnadas del dolor, provocado por los contados momentos de felicidad, que es la vida.