Las últimas exploraciones del cosmos han suscitado un buen número de incógnitas sobre la estructura de la “materia oscura”, “energía oscura”, “agujeros negros”, “ondas gravitatorias”, entre otros enigmas que reclaman explicación. En el plano teórico, se constata la insolvencia de las teorías más avanzadas, como la “teoría de cuerdas”, para conseguir los resultados experimentales pretendidos. Esta etapa, que se prolonga durante más de tres décadas, marca un declive en el secular avance de la física. Con el fin de analizar las causas de ese declive, el autor examina en la Primera Parte del libro, el método seguido por la “física clásica” hasta finales del siglo XIX, estudiando ejemplos históricos relevantes (Galileo, Newton, Faraday, Maxwell). La Segunda Parte presenta los inicios de la “física teórica”, con la "relatividad" de Einstein, el "cuanto" de Planck y la “teoría de gran unificación”, que señalan un nuevo rumbo en la investigación.El autor argumenta que, la “física teórica” establece una discrepancia metodológica respecto a la “física clásica”, con dos rasgos característicos. Por un lado, se antepone la construcción teórica a la experimentación. Por otro, las formulaciones matemáticas predominan sobre los conceptos físicos. Es decir, se introducen criterios matemáticos (“simetría”, “super-simetría”, “rotura de la simetría”, “múltiples dimensiones”; incluso nociones de “estética” o “naturales”), ajenos a la ciencia empírica. Se trata de artificios mentales que delatan una pérdida de referencias empíricas. Pero sus consecuencias no se quedan en ficciones, ya que los científicos más imaginativos les atribuyen una existencia real que pretenden detectar en el CERN, mediante la construcción de un costoso super-acelerador de miles de millones de euros. Ante esa confusa situación provocada en el seno de la “física teórica”, se han levantado voces críticas que reclaman un nuevo enfoque en la investigación, que sea capaz de recuperar el ingenio que marcó el auge de la física de la primera mitad del siglo XX.