Escribir sobre la vida de un monje errante no es fácil, su vida y milagros -de haberlos- puede parecer un despropósito a la luz de la razón, de ahí que el texto quede plagado de inconexas letras que trasciende el tiempo y, en ocasiones, el propio espacio. Si además el monje en cuestión habita en el ciberespacio, la sinrazón esta servida. Pido, por tanto, al lector que se acerca a estas páginas un poco de benevolencia, incluso armarse de paciencia para entender a nuestro errante buscador de la contemplación. De conseguir finalizar el texto, sí hemos de decir que cuanto menos saldrá con ganas de recorrer el mundo del espíritu, de lo intangible, del principio del que emana la vida, del misterio de la misma realidad. La estética poética le acercará a las entrañas de todo hombre y con suerte, a lo lejos, al mismo Dios que definimos como Creador de todo lo que existe, podrá incluso llegar a la absorta contemplación.