La exclusión y la libertad constreñida, donde todos los que están tras las rejas, viven tras las rejas, emergen, sin estridencias, con palabras en cualquier idioma menos el propio. El hacedor de la Encomienda la construye y la envía, atraviesa el hormigón, desde la miniatura del cuerpo transformado en una gigantografía del canto. Los gestos mínimos, su expresión en un lenguaje donde impera el ruido, donde siempre se es observado, adquieren sentido como realidad que tiene la misma conformación que la posibilidad de estar libre. Así, esta escritura adquiere sentido con un sujeto que asume el lenguaje como posibilidad enmarcada, que en sí misma logra hacer un hueco en su propia muralla. Lo inexpresable del encierro se desvanece por su manera oblicua de hacer realidad.