Han pasado más de dos años desde comenzó a regir -a plenitud- el Código General del Proceso. Son muchos los que añoran la vieja codificación: el proceso escrito, las pruebas cargadas de exigencias formales, jueces y magistrados que deciden desde sus "despachos" y abogados que en sus oficinas preparan numerosas cuartillas cargadas de lecciones de derecho, sin importarles si serán leídas o no. Pero ya se percibe el cambio: los jueces se hicieron visibles; la audiencia, poco a poco, se reconoce como derecho; el discurso escrito, tallado para perpetuarse en un expediente, va cediéndose el paso a la exposición oral preparada para convencer; probar, hoy, es mucho más fácil; las nuevas tecnologías permean la tarea del servidor judicial, y los tiempos de respuesta se han reducido dramáticamente.