Escritura de alta tensión significa que la escritura no dura, después de leída, sin impacto estético en el lector. Para despertar a los seres, cosas y sucesos del reposo en que los entierra y pervierte la ideología, y así convertirse en memoria de lo que se olvida, la escritura debe operar como un despertador ético. Mover nuestra conducta desde la “ebriedad en las ideas” (¡qué justa definición de ideología!) o el “apetito de pasión”, hacia una “visión del cuadro general de lo real”; lo que no siempre coincide socialmente con nuestros deseos patológicos. En pro de esta cura cultural, Luis Oyarzún critica comportamientos sociales éticamente reprehensibles mediante enlaces imprevistos entre palabras que nos queman “por intensidad de pasión que no podía sino excitar la nuestra”. Si incurrimos en “nihilismo”, este será “milagrista”; ante nuestro “vitalismo” reaccionamos de modo “escéptico”, con “remordimiento trizado de desencanto” si no de “zozobra esperanzada”. Para comprender a alguien, ¿hay que “amarlo diabólicamente”? “Para esa madre ejemplar, el mundo comenzaba a estar bien cuando todos sus hijos estaban acostados, profundamente dormidos”. Así, “revelando las almas de los seres, sucesos y objetos más mínimos”, Luis Oyarzún levanta el “tupido velo” de nuestras majamamas con ferocidad de negación no exenta de humor desenfadado. Desafío de Luis Oyarzún —el subtítulo— implica tres desafíos: el textual de Luis Oyarzún por escribir con alta tensión, el ideológico del lector por quemarse con sus antagonismos y el difícil del autor por poner en escena las bambalinas intrahistóricas de esta alta tensión.
"Gracias."