Las pequeñas y medianas empresas, mejor conocidas como PYME, son el motor de desarrollo del país, al tiempo que sus líderes son los hombres que mueven la economía de México; sus logros son producto de la fuerza que imprimen día a día a sus acciones y de¬cisiones, para generar la riqueza y los empleos que el país demanda. Bajo este escenario todo parece romántico; sin embargo, los retos a los que se enfrentan estos empresarios diariamente parecen no tener fin, por lo que miles de ellos claudican en el camino. No obstante su importancia en la economía de nuestro país, las PYME se hallan contra la pared, alejadas de los beneficios de la administración moderna, de los modelos de eficiencia y desarrollo, de los índices de productividad, de los beneficios fiscales, de los apoyos de la banca de desarrollo, de la innovación y, por supuesto, en extremo distantes de la ciencia y la tecnología, pilar fundamental para el desarrollo de la competitividad. Y no es para menos, el pequeño y mediano empresario vive aterrorizado por el mundo que lo rodea; preocupado más que de competir, de sobrevivir. El índice de mortandad de las PVME habla por sí solo; el número de empresas que nacen y mueren en un año fiscal es muestra de la escasa cultura de emprendedurismo que nuestro país tiene y del poco o nulo interés que el gobierno muestra para fortalecer y hacer crecer a este sector empresarial en particular.