«La trágica historia del doctor Fausto fue alabada por Goethe. El protagonista hace que Mefistófeles le traiga el fantasma de Helena. Extasiado, exclama: "¿Es éste el rostro por el cual zarparon miles de naves y que incendió las torres infinitas de Ilion? ¡Oh Helena, hazme inmortal con un beso!" A diferencia del Fausto de Goethe, el de Christopher Marlowe no se salva. Ve declinar el sol de su último día y nos dice: "Mirad cómo la sangre de Cristo inunda el firmamento". Quiere que la tierra lo oculte, quiere ser una gota en el océano, una pizca de polvo. Suenan las doce campanadas; los demonios lo arrastran. "Tronchada está la rama que pudo haber crecido derecha y quemado el laurel de Apolo". Marlowe prepara el advenimiento de Shakespeare, que fue su amigo. Dio al verso blanco un esplendor y una flexibilidad antes no conocidos.» Jorge Luis Borges