El hombre sentado en el pasillo describe, con la aparente frialdad de quien observa algo que lo sobrecoge, los encuentros amorosos de un hombre, situado en un oscuro corredor, y una mujer, acostada al sol. A su vez, el protagonista de El mal de la muerte, aquejado de la imposibilidad de amar, contrata por unas noches a una joven en cuyo cuerpo él espera aún encontrar, al menos por primera y úitima vez, esa vida que se le va. Pero entre los gemidos del sexo o en el revuelo (semejante al del oscuro mar que los rodea) de las sábanas, ella no percibe en él sino los estertores de una muerte irremediable. Marguerke Duras alcanzó una rara perfección en estas dos obras, que ahora publicamos juntas: su brevedad y su densidad sólo son comparables a la esencia de un perfume cuyo aroma permanece largo tiempo en la piel y en la memoria.'