Andrés es el último habitante de un pueblo abandonado del Pirineo aragonés. Entre «la lluvia amarilla» de las hojas del otoño que se equipara al fluir del tiempo, o en la blancura de la nieve, la voz del narrador, a las puertas de la muerte, nos evoca a otros habitantes desaparecidos del pueblo y nos enfrenta a los extravíos de su mente y a las discontinuidades de su percepción en el villorrio fantasma del que se ha enseñoreado la soledad.