En toda la vasta y calificada bibliografía jurídica norteamericana, no hay ningún libro de breves dimensiones tan universalmente famoso como el presente. Y a la verdad que esa fama, dentro y fuera de su país de origen, no puede ser más merecida. Su autor es el ilustre Benjamín Nathan Cardozo (1870-1928), quien durante los seis últimos años de su vida ocupó un sitial en la Corte Suprema de los Estados Unidos y de quien, repetidas veces, se ha dicho ser el más perfecto ejemplo del perfecto juez. En rara conjunción unía el talento profundo, la inquietud filosófica, el conocimiento técnico, el sentido de lo humano, la visión del porvenir y la elegancia estética en el manejo del lenguaje. El libro de Cardozo refuta la idea del juez como mero aplicador del Derecho y de la sentencia como un silogismo judicial, porque presenta en su contra nada menos que el hecho mismo de sentenciar. Su refutación tiene, pues, la fuerza ilevantable de los hechos. Con esto no queremos decir que él nos da la verdadera teorización de la función judicial, porque a ello se llega, con validez universal, recién con la Teoría egológica. Pero tampoco vaya a creerse, por ello, que ha de negársele todo significado para nuestra ciencia dogmática. Precisamente este es el error de juicio muy corriente entre los nacionalistas de Europa y América, frente a la certeza de los hechos que exhibe: lo tachan de coleccionar hechos que acaso tengan valor sociológico, pero que no lo tendrían para la Jurisprudencia. Sin embargo semejante opinión no puede mantenerse en los días que corren, en cuanto que el esfuerzo del jurista de todas las latitudes es apoyarse en la experiencia jurídica para asegurar a su ciencia el carácter de tal. Y el libro de Cardozo trae no solamente un contacto insuperable con la experiencia jurídica en puntos capitales, sino que además contiene una interpretación dogmática muy valedera respecto de numerosos detalles para todo aquél que esté afanado por una fundamentación reali