Después del descendimiento, el santísimo cuerpo de Cristo fue cubierto con un paño de lino desde las rodillas hasta los costados, luego fue colocado entre los brazos de su madre adolorida. El santísimo cuerpo reposaba sobre las rodillas de María. Ella besaba y adoraba aquel cuerpo horriblemente desfigurado, contemplando sus llagas. Ella no podía dejar a su Hijo en aquel horrible estado, por lo cual comenzó a borrar las huellas de los ultrajes que había sufrido. Con extrema delicadeza le quitó la corona de espinas abriéndola por el lado de atrás. Vi a la Virgen lavar la cabeza y el rostro ensangrentado del Señor, pasando la esponja remojada sobre sus cabellos. Quitó la sangre que le llenaba los ojos, la nariz y los oídos. Del mismo modo le limpió la boca medio abierta, la lengua, los dientes y los labios. Después repartió la cabellera de su Hijo en tres partes, una para cada lado y la otra para detrás de la cabeza. Una vez limpia la cabeza, después de haber besado a su Hijo en las mejillas, pasó finalmente a limpiar el cuello, los hombros, el pecho, el dorso, los brazos y sus tiernas manos llagadas. Nuestra Señora dolorida lavó y limpió una a una las numerosas y horribles llagas. Solamente entonces le fue posible ver en sus mínimos detalles los espantosos tormentos padecidos por su Hijo.
"excelente "