La insania de la Carta no está tanto en su incumplimiento como en la acomodación al mismo de quienes debían ser los guardianes de su observancia, más atentos hoy a cohonestar las acciones infractoras por consideraciones de realismo político que a mantener en alto, aun testimonialmente, la bandera de la legitimidad (y de la legalidad) internacional... Las Naciones Unidas podrían acabar así, si no rompiéndose,