El acto de escribir un diario, la disciplina casi cotidiana de llevar al papel los mil rumores de la vida en torno, y los ruidos, y los estruendos, tiene, al mismo tiempo, algo de conjuro y algo de provocación. En efecto, el escritor exorciza, a través de la razionalización implícita en el propio acto de la escritura, los m il y un sucesos que atraviesan nuestras horas. Y provoca, en el mismo acto, nuevos act