Corría el año 1858 cuando Samuel Baker decidió dar un giro radical a su vida. Hijo de un acaudalado banquero y a punto de cumplir los cuarenta años, Sam aceptó la invitación del maharajá Duleep Singh y se aventuró con él en un viaje de placer que tendría que llevarlos a Transilvania. El viaje siguió los cauces previstos hasta que los dos caballeros llegaron a la ciudad de Widdin y allí Sam quiso acercarse a un mercado para asistir a una subasta de esclavos. Entre las decenas de miserables cautivos destacaba el rostro de una joven de piel blanca y pelo rubio: era Florence Sass, la mujer que desde entonces acompañaría a Sam en todas sus andanzas.La pareja empezó a remontar el Nilo desde El Cairo en abril de 1861, y tras un mes de navegación se dispuso a cruzar el desierto con una escolta de dos sirvientes y dieciséis camellos. Después de hacer un alto en Jartum, en la confluencia del Nilo Azul y el Nilo Blanco, los dos viajeros lograron alcanzar Gondokoro y finalmente, en marzo de 1864, llegaron hasta las orillas del lago Alberto, donde se suponía que estaban las fuentes del Nilo.Fueron años duros, que pusieron a prueba la resistencia física de Florence, a punto de ser enterrada viva tras un colapso, pero el nombre de Sam Baker se contó desde entonces en la lista de los grandes exploradores, y a su vuelta a Londres la pareja fue recibida con todos los honores.Pocos conocían entonces la verdadera historia de Sam y Florence, y el tiempo se encargó de sepultar sus nombres. Tras diez años de investigación, Richard Hall nos entrega ahora Los amantes del Nilo, el mejor retrato de un hombre y una mujer que persiguieron un sueño y lo atraparon en el corazón de África.