En Los conquistadores de la Antártica, como en gran parte de la obra de Coloane, el horror sucede a la maravilla, la quietud a la violencia, lo colectivo a lo individual. Un hombre que ha abandonado todo para vivir como un aborigen pierde a su mujer, otro se convierte en una especie de bandera en el continente antártico, mientras un hermano abraza a otro en el límite de la existencia. Todos se han lanzado a la aventura, para terminar transformados por el entorno, ante el riesgo de perderse, de morir, de congelarse por dentro y por fuera. El paisaje es el escenario del drama y la naturaleza adquiere personalidad propia. El heroísmo de los protagonistas de este viaje a la Antártica no es individual sino colectivo–el de los tripulantes del Agamaca– y tiene que ver con la posibilidad de sobrevivir al horror blanco de la extinción inminente, de regresar desde el lugar de donde nadie vuelve.