Algo extraño se esconde entrelos pasajes y galerías de Santiago de Chile. Beatriz recorre las calles sin rumbo, en busca de eso que no logra entender. No hay drogas ni armas ni dinero en este caso, a diferencia de otros que ha investigado. Niguno de sus exitosos reportajes tiene lo que este: una atracción incontrolable que sólo se puede comparar con el placer que experimenta en el shibari. En perfecta sincronía por las calles, como una orquesta en cada punto específico del plano, como una red en el mapa de la ciudad, mendigos, locos, mancos y vagabundos observan y se mueven como piezas de un ajedrez. Una especie de tejido que los une. Una cuerda los ata. La misma de la que cuelga Beatriz.