Alberto Arzua es un pintor impresionista de cuentos. Acercándose mucho se distinguen unos brochazos de colores chillones, pero la impresión de conjunto es casi costumbrista, detallada y familiar. Su lenguaje mezcla la poesía de las frases hechas con la cruda exactitud de unas situaciones tan habituales que, por lo insostenibles, llegan a sorprender. En Neurastenia las palabras se rebelan plantándose ante el lector como hitos inconscientes, simas mentales que sirven de sustrato a historias casi imposibles. Hay un juego oculto de sonoridad al servicio de una ironía salvaje, verde y cruda como una ensalda mediterránea. El aceite lo pone la misma condición humana: su grandeza, sus bajezas, su sexo omnipresente. El vinagre se incorpora mediante un pensamiento ácido, dolorosamente desnudo. Y la sal es la risa a puñados. Porque éste es un libro de humor, eso que quede claro, un humor entre salvaje y barroco, profundamente disfrutable.