Canosos trovadores, autores de palabras que son más que canciones. El poeta Cohen y el poeta Sabina se reúnen en versos con Lorca y Vallejo mirando de reojo, en ripios impostores, en estribillos pegadizos, en metáforas gastadas como monedas en bares de mala muerte, en manifiestos realistas para los indignados de Manhattan o de la Puerta del Sol, y manifiestos surrealistas que abocan al sinsentido más productivo. Refractarios a sentarse en los asientos reservados para los poetas con certificado de autenticidad, con pedigrí contrastado, con licencia para ser poetas, en los butacones para poetas funcionarios, poetas que hayan pasado la preceptiva ITV (Inspección Técnica de Versos)… se reconocen impostores oscuros, aprendices entre la mística judía y el exabrupto quevediano, entre la protesta social y la subjetividad exacerbada, entre el hielo abrasador y el fuego helado, entre el cuerpo del delito y el anhelo de trascendencia, entre el andalucismo de bordón y cuenta nueva y el malditismo del bendecido por la palabra y la bendición del sol pagano de Hydra para huir de las nieves del Quebec, de su Mont Royal y de su Oratorio de Saint-Joseph.