Con esta frase, Isabel agüera, maestra rural en tiempos difíciles, orienta y pretende ayudar a los futuros maestros. Para ello, en esta obra, Isabel trata de contar de forma amena y sencilla su largo recorrido por distintas escuelas de la postguerra, en las que, sin ser consciente de ello, sembraba raíces amargas que un día, como el de hoy, ya puede saborear la dulce fruta del reconocimiento de sus antiguos alumnos y de cuantos la conocieron. Decía una alumna que Isabel nunca fue maestra de pizarra y pizarrín, ya que se dedica a sembrar sueños en ellos.