Un Hombre Y Dos Mujeres.

Fernando de la Milla · Editorial Renacimiento

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Reseña del libro

UN HOMBRE Y DOS MUJERESCAPÍTULO ISara Ledesma tenía veinticinco años. Era morena, de mediana estatura, y espesa cabellera oxigenada. Tenía los ojos grandes y profundos, la boca vulgar y la nariz perfecta. Lo deslumbrante era su cuerpo, reunión inverosímil de todas las gracias. El tronco se asentaba firme, apretado, erguido sobre las altas piernas. La línea del culo, respingón, formaba con la de la espalda un ángulo casi recto, y cuando la espalda se inclinaba hacia atrás -en un característico movimiento inconfundible-, un ángulo agudo. Eran altos los senos, quizá un poco grandes para una escultura, insustituibles, irretocables para una mujer de carne y hueso. Con los enanillos capiruchos de los pezones adquirían una irresistible gracia insolente. Piel finísima y leve, como plumón de cisne, fresca y rosada como un amanecer de primavera.La gran preocupación de Sara se refería a la agilidad y elasticidad de su cuerpo, que no quería perder "por nada de este mundo", según su frase sempiterna.-¡Mira, Fafá, mira! ¿Ves? ¡La palma de la mano plantada en el suelo!Y Fafá, su marido, desde la cama, el brazo fuera, caído, sosteniendo el cigarrillo "para no quemar las sábanas" -orden rigurosa e incansablemente repetida de su mujer-, la contemplaba satisfecho. Sara, en efecto, palmoteaba contra la alfombra -el cuerpo milagrosamente plegado como una hoja acerada.Aquella mañana se habían despertado tarde. Ella acababa de saltar del lecho.- ¿No te da vergüenza? ¡Las doce! ¡Arriba, gandul!- Y seguía haciendo su gimnasia de todos los días. El se echó a reír de pronto.-¿De qué te ríes, tonto ?- No sé; me haces gracia.-¿Sí, eh? pues me alegro infinito. Nueve... Diez... Once... Doce... ¡Ay, que me ahogo!... Trece... Catorce... ¡Y quince!...Con una ruidosa alegría infantil, de un salto volvió a la cama.

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